viernes, 1 de abril de 2011

Todo está en internet

Ante el gran cambio que representaba mudarnos a un país hasta entonces totalmente desconocido para nosotros, lo que más abultaba en nuestra maleta era una larga lista de dudas y preguntas. Así que con intención de reducir peso en nuestro equipaje y dejar sitio para objetos más útiles, como por ejemplo mi Black & Decker, visité el consulado Honorario de Singapur en Barcelona. Allí me presenté con nuestra interminable lista, y tras asaltar al amable cónsul con las primeras cuestiones, me interrumpió y me dijo: “No te preocupes por nada, en Singapur todo está en internet”. Me invitó a asomarme a la pantalla de su ordenador, tecleó www.sg y me despachó con una sonrisa y un post-it con la valiosa clave de cinco letras.

Sus palabras quedaron grabadas a fuego en mi cerebro, como en su día lo hizo la melodía de “La Barbacoa”, esa que aflora en mi mente en los momentos más insospechados y me obliga a tararear duetos imaginarios con el gran maestro veraniego Gorgie Dann. No me engañaba el cónsul, tras mi primer deambular por las diferentes administraciones de Singapur, la frase que más me recitaban los funcionarios de las ventanillas era: “Puede usted descargarse toda la información y los formularios de internet”. Por ello, después de encontrar un piso de alquiler que estaba muy por encima de nuestras expectativas, tan por encima como lo puede estar una vivienda en una planta 35, mi siguiente misión fue la de conseguir la valiosa conexión a internet. Después de valorar las innumerables ofertas proporcionadas por las tres principales compañías telefónicas, que evidentemente me las descargué de internet, me decidí por una de ellas y visité una de sus oficinas de atención al cliente.

No diré que la dependienta me atendió con amabilidad, me atendió y punto, y no la culpo. Tras más de una hora de cola, ni yo estaba para muchas ceremonias, ni ella, después de todos los clientes que llevaría despachados ese día, estaba para hacerme muchas reverencias. Tras recordarme que podía haber encontrado los requisitos en internet, la desganada chica me los enumeró: Permiso de trabajo, pasaporte y un recibo de la luz o del agua como prueba de la dirección de residencia. Le pregunté que si para el último requisito valdría el contrato de alquiler, ya que todavía no vivíamos en el piso y evidentemente hasta al menos pasado un mes no nos llegaría el primer recibo de la luz o del agua. Su respuesta fue un rotundo no ¡No me lo podía creer! ¿Cómo íbamos a sobrevivir tanto tiempo sin conexión a la red en un país en el que cuando íbamos a un restaurante y preguntaba por el baño, temía que me respondieran que buscara el plano en internet? Tras mostrar mi incomprensión e intentar negociar alternativas, me sugirió que aceptarían un documento del banco donde apareciera nuestra dirección.

¡Salvados! Rápidamente me fui al hotel para acceder online a la cuenta del banco y actualizar nuestros datos —como hasta que no hubiéramos encontrado piso no teníamos dirección definitiva de residencia, para abrir la cuenta bancaria tuvimos que usar la del hotel—. Pero para mi sorpresa, no podía modificarla, me indicaban que debía ir a la oficina. Salí corriendo llegando justo antes de que cerrara el banco. Sudando y respirando ostensiblemente, como el gato en el callejón del restaurante chino que justo acaba de escapar evitando convertirse en un suculento plato de pollo con almendras, le expliqué al cajero que necesitaba cambiar la dirección de residencia, y que por favor me imprimiera un documento donde está apareciera junto a nuestros datos personales. Él amablemente me dijo: “Tranquilícese, no se preocupe, no hay ningún problema, ¿Ha traído usted un recibo de la luz o del agua como prueba de su dirección de actual? y si no, también me valdría un recibo de su proveedor de internet”.