Sus palabras quedaron grabadas a fuego en mi cerebro, como en su día lo
hizo la melodía de “La Barbacoa”, esa que aflora en mi mente en los momentos
más insospechados y me obliga a tararear duetos imaginarios con el gran maestro
veraniego Gorgie Dann. No me engañaba el cónsul, tras mi primer deambular por
las diferentes administraciones de Singapur, la frase que más me recitaban los
funcionarios de las ventanillas era: “Puede usted descargarse toda la
información y los formularios de internet”. Por ello, después de encontrar un
piso de alquiler que estaba muy por encima de nuestras expectativas, tan por
encima como lo puede estar una vivienda en una planta 35, mi siguiente misión
fue la de conseguir la valiosa conexión a internet. Después de valorar las innumerables
ofertas proporcionadas por las tres principales compañías telefónicas, que
evidentemente me las descargué de internet, me decidí por una de ellas y visité
una de sus oficinas de atención al cliente.
No diré que la dependienta me atendió con amabilidad, me atendió y
punto, y no la culpo. Tras más de una hora de cola, ni yo estaba para
muchas ceremonias, ni ella, después de todos los clientes que llevaría despachados
ese día, estaba para hacerme muchas reverencias. Tras recordarme que podía
haber encontrado los requisitos en internet, la desganada chica me los enumeró:
Permiso de trabajo, pasaporte y un recibo de la luz o del agua como prueba de
la dirección de residencia. Le pregunté que si para el último requisito valdría
el contrato de alquiler, ya que todavía no vivíamos en el piso y evidentemente
hasta al menos pasado un mes no nos llegaría el primer recibo de la luz o del
agua. Su respuesta fue un rotundo no ¡No me lo podía creer! ¿Cómo íbamos a
sobrevivir tanto tiempo sin conexión a la red en un país en el que cuando
íbamos a un restaurante y preguntaba por el baño, temía que me respondieran que buscara el plano en internet? Tras mostrar mi incomprensión e intentar
negociar alternativas, me sugirió que aceptarían un doc umento
del banco donde apareciera nuestra dirección.
¡Salvados! Rápidamente me fui al hotel para acceder online a la cuenta
del banco y actualizar nuestros datos —como hasta que no hubiéramos encontrado
piso no teníamos dirección definitiva de residencia, para abrir la cuenta
bancaria tuvimos que usar la del hotel—. Pero para mi sorpresa, no podía modificarla,
me indicaban que debía ir a la oficina. Salí corriendo llegando justo antes de
que cerrara el banco. Sudando y respirando ostensiblemente, como el gato en el
callejón del restaurante chino que justo acaba de escapar evitando convertirse
en un suculento plato de pollo con almendras, le expliqué al cajero que
necesitaba cambiar la dirección de residencia, y que por favor me imprimiera un
doc umento donde está apareciera
junto a nuestros datos personales. Él amablemente me dijo: “Tranquilícese, no
se preocupe, no hay ningún problema, ¿Ha traído usted un recibo de la luz o del
agua como prueba de su dirección de actual? y si no, también me valdría un
recibo de su proveedor de internet”.