Dicen que la ocasión la pintan calva, y literalmente así se me presentó. Caminando por el barrio me topé con un anuncio protagonizado por un alopécico buda que me invitaba a aprovechar una excepcional oferta de clases de Yoga. Inmediatamente entré para apuntarme y en lugar del Mr. Proper del anuncio me atendió una menuda chica oriental que resultó ser la profesora de la primera clase a la que asistí dos días después.
En la sala se respiraba un intenso aroma a incienso, que junto con una suave música ambiental, ayudaba a desconectar del mundo exterior y a prepararse para la práctica de este ancestral arte. Cuando llegué ya habían unas seis o siete personas y he de reconocer que me sentí bastante incomodó cuando descubrí que todas ellas eran mujeres. Con intención de pasar lo más desapercibido posible saludé susurrando un “Hello!” y me refugié situándome en la última esterilla de la estancia. Sin embargo, mi estrategia se vio frustrada cuando la profesora me invitó a colocarme en la primera fila argumentando que, al ser nuevo, desde allí vería mejor las posiciones que ella nos iba a enseñar. Las primeras fueron fáciles: el loto, la cobra, el gato. Con un tono de voz suave y aterciopelado ella nos indicaba como debíamos colocarnos para mantener la posición, mientras al mismo tiempo nos marcaba el ritmo de la respiración: “¡Inspirar profundamente! ¡Expirar lentamente! ¡Inspirar…! ¡Expirar…!”. El tema se fue complicando con posturas en las que tenía que retorcer mi cuerpo de un modo tal, que hubiera apostado que era humanamente imposible, de no haber sido porque pude ver con mis propios ojos cómo la monitora y sus adelantadas alumnas las hacían, y además, con extrema facilidad. Yo intentaba imitarlas, pero el gran espejo situado delante de mí se empeñaba en mostrarme lo lejos que mis intentos quedaban del objetivo. Por si fuera poco, supuestamente tenía que relajarme y controlar la respiración ¡Imposible! Mis músculos estaban tensos, mi cara se enrojecía del esfuerzo e incluso hasta se me olvidaba respirar.
Al terminar, intenté hacer un rápido mutis por el foro pero la monitora se acercó a mí y se interpuso en mi huida hacia la puerta de salida. Con su delicado tono de voz me dijo que no me preocupara por lo que había ocurrido. Me explicó que muchas de las posiciones del yoga actúan directa o indirectamente sobre nuestro abdomen y favorecen la liberación de los gases corporales. Además, me confesó que la mayoría de las veces no son expulsiones sonoras, pero nuestra nariz nos confirma que efectivamente han ocurrido. Finalmente, me agarró por el hombro, se aproximó a mi oído y me susurró: “¿Por qué crees que en todos los lugares donde se practican técnicas de relajación y meditación se utiliza tanto el incienso?”