sábado, 15 de marzo de 2014

Oferta del día

Era viernes por la tarde y decidí acercarme al súper del barrio para aprovechar la oferta de leche que tenían en promoción durante ese día. Éste forma parte de la pequeña cadena singapurense Sheng Siong, y básicamente por proximidad, es el lugar donde vamos a comprar habitualmente. En una ocasión leí en el periódico que el dueño de estos treinta y tantos establecimientos es un modesto señor que comenzó en la granja de cerdos de la familia, por lo que le siguen apodando Ter Bak, “El Puerco” en Hokkien. Enemigo de la ostentación, su filosofía es la sencillez y el ahorro, y para ofrecer el mejor precio a los consumidores, uno de sus principales objetivos es conseguir en sus tiendas la mayor productividad por metro cuadrado.

Como asiduo cliente puedo constatar que sus directrices son aplicadas a rajatabla, hacer la compra en el Sheng Siong es toda una experiencia. Está cadena no goza de buena fama entre la colonia de expatriados, ya que, por decirlo de alguna manera, no acabaría de alcanzar las expectativas occidentales. La mayoría de sus establecimientos son laberínticos, desordenados y sombríos. En ellos cada compra se convierte en una yincana, debido a que muchos productos cambian constantemente de estante, no son repuestos durante semanas o simplemente desaparecen para siempre. Además, destacan por un estilismo cutre que va desde el austero uniforme de las cajeras hasta la machacona musiquilla china de ambiente.

Nuestro Sheng Siong está situado en un pasaje público que linda con una pequeña plaza-jardín. El local carece de puertas, ventanas o pared exterior. La línea de cajas está situada justo en el límite con la calle, y cuando terminas de pagar, tu siguiente paso te lleva directamente a la acera del pasaje. En realidad, en ese momento, aun estando fuera sigues teniendo la sensación de no haber salido, ya que el pasaje público está invadido de estanterías y productos pertenecientes a la tienda, convirtiéndose en una sección más del propio supermercado donde se mezclan los clientes con los peatones que simplemente pasan por allí. En el interior, algunos pasillos son sumamente estrechos, tanto que si se cruzan dos personas han de hacerlo de lado y con precaución. Una vez se me ocurrió pasar mientras una mujer se aupaba para coger un producto de una balda superior. Al llegar a su altura pegué mi espalda a la estantería contraria y me desplacé lateralmente para esquivar a la señora, desafortunadamente le rocé el trasero con la cesta de la compra. Ella se giró inmediatamente, y al verme totalmente ruborizado, entendí que aceptó mi “sorry”, ya que sin decirme nada continuó con su compra. Desde entonces, antes de adentrarme en uno de esos pasillos, si hay alguien, o espero a que termine, o paso dándole la espalda, así por lo menos evito que me acusen de ir restregando la cebolleta.

Si normalmente moverse por el súper es complicado, durante las semanas previas al año nuevo chino se convierte en misión imposible. No sólo porque duplican el stock de productos, saturando cada rincón con cajas y nuevos estantes, sino porque también se multiplica la afluencia de clientes. Durante ese periodo, para sacar buen partido de la locura compradora, además de la invasión habitual del pasaje público, en el lateral de la plaza instalan una carpa que la colman con los productos típicos de estas fechas festivas.

Oferta del día 1
Aquel viernes de principios de febrero era el previo a la celebración del año nuevo chino y cuando llegué con mi carrito de la compra casi me doy la vuelta al ver tal marabunta consumista. Enseguida me convencí de que sería imposible alcanzar con el carro la zona donde estaba la leche, por lo que lo aparqué entre una pila de los típicos sacos de 10 kg. de arroz y un palé de cajas de cerveza Tiger. Cogí una cesta y a duras penas me abrí paso por las galerías de aquel hormiguero. Conseguí volver al carro con diez cartones de leche y la sensación de haber sido centrifugado en una lavadora. Viendo la situación, decidí abandonar el osado propósito de comprar todos los artículos de mi lista, y opté por salir a la zona de la carpa, donde cogí una docena de huevos y un kilo de manzanas, aprovechando la insólita circunstancia de que la dependienta de la fruta se encontrara libre. Cuando salí de aquel enjambre, al menos atropellé con el carrito a unas tres personas, pero ninguna de ellas hizo ni un atisbo de queja, ya que el ser vapuleado forma parte de la experiencia de compra durante esas fechas.

Ya en casa, metí los cartones de leche en el armario, y en la nevera, los huevos y las manzanas. Normalmente antes de guardar las bolsas de plástico, que aquí todavía son gratis, reviso el ticket de la compra y lo tiro a la basura. Curiosamente no estaba en la bolsa de plástico, que es donde normalmente lo dejo, busqué en el carrito y tampoco lo encontré allí. Me quedé pensativo unos instantes, abrí los ojos como platos y exclamé mentalmente: ¡Joder, me he ido sin pagar!

Lo que ocurrió fue que la señora del puesto de la fruta cuando me vio con la huevera en la mano, amablemente me la pidió y la metió en una bolsa junto con las manzanas. Aquello desconcertó a mi cerebro que, bloqueado por el caos reinante y ansioso por que yo desapareciera de allí, dejó que mi subconsciente confundiera la frutera con la cajera, y al ubicarme físicamente fuera de la tienda, activó la orden de vuelta a casa.

A pesar de estar en juego una condena a una sesión de latigazos, según las estrictas leyes de Singapur, como era algo tarde y estaba falto de ganas, decidí que volvería para subsanar mi error al día siguiente.

La cajera no daba crédito a lo que veía, un tipo con una etiqueta de la frutería en la mano que quería que le cobrara diez cartones de leche, una docena de huevos y unas manzanas que se había llevado sin pagar el día anterior. Cuando se lo repetí por segunda vez, seguía con su cara de incredulidad, aunque no sé si estaba más sorprendida porque me fui sin pagar o por el hecho de que hubiera vuelto para hacerlo. Finalmente, llamó a la encargada, se cruzaron unas palabras en chino y me cobraron los productos sustraídos involuntariamente. Mientras lo hacían, ésta última me dio las gracias y me comentó que ya habían presentado una denuncia a la policía porque en esos días les había “desaparecido” bastante género y que éstos ya habían tomado medidas al respecto. Yo pensé que qué podría hacer la policía ante aquel caos reinante, no creía que dispusieran de tantos agentes como para dedicar algunos a vigilar el supermercado. Yo estaba en lo cierto, no iban sobrados de policías, así que sorprendentemente no dudaron en ampliar la brigada encargada de las misiones especiales, reclutando a nuevos agentes secretos… y ¡gratis!:

Oferta del día 2
<< Alerta de delito / Robo en la tienda Sheng Siong / Testigos, por favor llamar a la policía >>

Inicialmente dudé de que esta medida fuera realmente eficiente, pero lo cierto es que desde entonces ya no miro a los ajetreados compradores con los mismos ojos y… me lo pienso dos veces antes de coger una bolsa de plástico de más cuando la cajera está despistada.