lunes, 1 de agosto de 2011

Singapur is different!

Desde el primer día que Singapur sonó como uno de los posibles destinos para nuestra mudanza a la lejana Asia, y tras las primeras averiguaciones, pude darme cuenta de que era un lugar excepcional. Este gran centro financiero es al mismo tiempo isla, ciudad y estado. Casi pegado al sur de la Malasia peninsular y con el mismo tamaño que Menorca, en esta salpicadura de terreno conviven cinco millones de personas de diversas etnias, religiones y orígenes. Su nombre se lo debe a un príncipe Malayo que en el siglo XIII naufragó cerca de la principal aldea pesquera de la isla. Allí avistó un león que se adentraba en la selva y a partir de entonces bautizó el lugar como “SingaPura” (en malayo: Singa-León y Pura-Ciudad). De este modo el león ha sido adoptado como icono destacado en la imagen de la nación. Entre muchos otros símbolos, aparece en el escudo del país y también en el logo de la liga de fútbol. Además, la mascota de la nación es una criatura mitológica con cabeza de león y cuerpo de pez llamada “Merlion”.

  clip_image002    clip_image003    clip_image005

Singapur es un país de creación muy reciente. Alcanzó su independencia a mediados del siglo pasado y desde entonces ha luchado para ganarse un sitio en este competitivo planeta. Una de las singularidades que más me ha llamado la atención es que esta nación alberga numerosas contradicciones, motivadas principalmente por su rápido crecimiento que le ha obligado a asumir un alto nivel de artificialidad. De todas ellas destacaría las siguientes:

¡Qué calor! ¡Qué frio! El primer impacto que recibes al llegar a este país es el del sofocante calor húmedo, y sin embargo, no recuerdo haber pasado tanto frío como aquí. Este duro clima ha propiciado que la actividad humana se lleve a cabo principalmente bajo el amparo del aire acondicionado. El problema es que en la mayoría de lugares públicos el aire acondicionado está ajustado a la misma temperatura que las neveras del barco del capitán Pescanova, por lo que se hace indispensable tener siempre a mano alguna prenda de abrigo ¡A veces, incluso he llegado a echar de menos unos buenos guantes!

Democracia, la justa. La siguiente sorpresa me la llevé, como no, con en el sistema político. Como república democrática que se supone que es, el pasado mes de mayo tuvieron lugar las elecciones generales. Lo realmente impactante es que cada papeleta tiene un número de serie que une votante y voto. Evidentemente, las autoridades se empeñan en asegurar que esa información está protegida y sólo se usaría en el caso de sospecha de fraude electoral. He podido encontrar algunos singapurenses que debido a esto ponen en entredicho los fundamentos de su sistema. Sin embargo, no sé si debería sorprenderme de que éstos sean una minoría, ya que una vez más, ganó el mismo partido que lo hace desde 1959, cuando se fundó la república. Al parecer aquí la indignación sólo les dura lo que tarda en llegar el momento de ingerir el siguiente plato de arroz.

¿Lo “cualo”? En lo que respecta a la lengua, Singapur no tiene una propia, vamos, que el singapureño no existe. Cuenta con cuatro idiomas oficiales, siendo el inglés y el chino mandarín los más hablados. El inglés lo heredó de su antigua condición de colonia inglesa, y el mandarín de los inmigrantes que llegaron de China en respuesta a la gran demanda de mano de obra que tuvo lugar en la época colonial. A este respecto se produce una paradoja interesante. Por un lado, los chinos continentales dicen que en Singapur no se habla bien el mandarín, debido a la gran cantidad de dialectos del chino que hablaban los inmigrantes que en su día llegaron a la isla. Y por otro lado, los que venimos de fuera podemos asegurar que tampoco se habla bien el inglés ¡Por el terrible y en muchas ocasiones incomprensible acento chino!, que hace que sea tan difícil entenderles como al elocuente Antonio Ozores en el “Un, dos, tres”.

Realidad virtual. Singapur tiene gran cantidad de parques y la propia ciudad está repleta de una impresionante vegetación. Un día paseando, sentí que algo no cuadraba en todo ese conjunto tan armónico. Fue una sensación que me incomodó por unos instantes, ya que no acertaba a encontrar qué pieza era la que no encajaba en ese puzle. Finalmente lo descubrí, precisamente ese era el problema, que todas las piezas encajaban. En este país todo está en su sitio, cada farola, cada papelera, cada pieza del mobiliario urbano está donde debe de estar. Esto ocurre también con la vegetación, los árboles están perfectamente alineados, las plantas exquisitamente agrupadas y las flores convenientemente conjuntadas. Si a esto le añadimos la gran cantidad de cámaras de seguridad que hay por todos lados (recordar la anécdota del ascensor), es fácil sentirse como Jim Carrey en "El show de Truman". Pasear por Singapur es como pasear por una maqueta a tamaño real.

Quisiera ser tan alto como la luna. Aunque Singapur se puede describir como un país vertical, no lo es precisamente por sus montañas. Éstas han sido esquilmadas para ganarle terreno al mar, creando incluso pequeñas islas artificiales a su alrededor. El techo de la ciudad lo forman los altos rascacielos construidos en su mayoría en el distrito financiero. En toda la isla hay más de 35 edificios que superan la cota de los 164 metros de altitud de la montaña más alta de la isla, que ¡pobrecita!, debe sentirse como el primo de Zumosol, pero el bajito.

Hasta aquí las curiosidades que considero más destacables y siempre vistas desde mi mirada ciertamente miope. Que éste es un país de interesantes contradicciones lo lleva incluso implícito en su propio nombre, ya que Singapur, la ciudad del león, se llama así por la desafortunada confusión de un náufrago… Difícilmente el príncipe malayo del siglo XIII pudo ver un león adentrándose en la selva, porque nunca han existido leones en Singapur.