martes, 24 de enero de 2012

No me mires, no me mires

El pasado noviembre aprovechamos la visita de una buena amiga para pasar unos días en la turística isla de Phuket en Tailandia. Allí, una de las excursiones típicas es la de las islas Phi Phi. Promocionadas sobremanera por todos lados, el turista acaba sucumbiendo ante las impresionantes fotos de los extraordinarios peñascos y las paradisíacas arenas blancas mostradas en los variopintos folletos. Pero si aún con eso no acabas de convencerte, en el recorrido se incluye la visita a la famosa isla donde se rodó la película “La playa”, protagonizada por el mismísimo Leonardo DiCaprio. Y ¡Zas! picaste el anzuelo. Desde ese momento tu objetivo pasa a ser el encontrar la imprescindible excursión al mejor precio.

Después de acumular una colección de trípticos con los precios más hinchados que los labios de Carmen de Mairena, acabamos contratándola a un amable lugareño que lucía la camiseta de Iniesta de la selección española. Utilizando nuestra nacionalidad como argumento y tras mostrarnos sus conocimientos de español dirigiéndose a nosotros como “amigos” —y he de decir que sin mucho negociar por nuestra parte— el futbolero tailandés nos la dejó a mitad de precio. Demasiado fácil ¡Qué duro es esto de regatear!

A la mañana siguiente, un minibus colmado de turistas ávidos de aventuras nos llevó hasta el lugar de embarque. A pie de muelle nos esperaba nuestra exuberante guía, Jeniffer. Aquí los llaman ladyboys, es decir transexuales, los cuales por alguna razón que desconozco abundan en Tailandia.

Jeniffer
Tras su inesperada y simpática bienvenida nos invitó a subir a la embarcación, una lancha equipada con tres potentes motores fueraborda, que en aproximadamente una hora nos llevaría hasta nuestro idílico destino. A nosotros nos tocó sentarnos en la proa, en un banco situado a lo largo de los laterales del barco. Antes de partir, nos embadurnamos con crema protectora y la mayoría de las mujeres ya lucían sus trajes de baño para aprovechar los primeros rayos de sol. Jeniffer nos amenizó el viaje con sus extravagancias, coqueteos y constantes toqueteos a los componentes masculinos del grupo. Mientras nos acomodábamos, no dudó en palparme el trasero y siguiéndole el juego, pude certificar que sus boyantes melones eran falsos, ya que estaban más duros que los de la Dama de Elche.

Después de dejar atrás la zona portuaria, los motores rugieron y la lancha comenzó a desplazarse a un ritmo vertiginoso. Era como ir a toda velocidad por una carretera llena de baches. De vez en cuando la lancha daba un pequeño salto que nos lanzaba hacia arriba y nos hacía caer fuertemente sobre nuestras posaderas, machacando de forma constante nuestra espina dorsal ¡Y nos quedaba una hora de tortura por delante! Era incluso difícil mantenernos en nuestros asientos, a los que todos intentábamos aferrarnos con fuerza. Jeniffer vino a la proa para calmarnos. Iba agarrándose por donde podía y aun así se movía como si hubiera estado toda la noche de botellón.

Lancha
Tras los primeros minutos de ajuste a tal extrema vibración, otro problema se hizo patente para algunas mujeres: sus pechos no paraban de botar bruscamente. En frente de mí, había una chica francesa de unos veinticinco años que llevaba un bikini sin tirantes, de esos que consisten en una franja de tejido que cubre los dos senos y con un único cierre en la espalda, tipo palabra de honor. Lo cierto es que no le ajustaba bien y a cada salto que daba la embarcación la prenda se le iba bajando. Así que, además de intentar mantenerse en el asiento —como hacíamos todos— la atareada joven, tras cada bote, se subía el bikini. Se la veía claramente preocupada por evitar mostrarnos su par de tesoros. Nuestra guía se percató de la situación e intentó aproximarse a ella para ofrecerle su ayuda. En ese preciso instante la lancha dio un gran salto que casi nos hizo caer a todos, el bikini bajó peligrosamente y la chica, cuando recobró el equilibrio, instintivamente tiró con fuerza de él hacia arriba. El broche se soltó, el bikini salió disparado y sus orondos pechos comenzaron a saltar a ritmo de samba. Inmediatamente se los cubrió con sus manos, su novio acudió en su ayuda, pero otro fuerte brinco de la lancha les hizo perder el equilibrio y ambos acabaron en el suelo. Ella intentándose tapar, él intentándose levantar, todos intentándoles ayudar y los dos traviesos pechos intentando seguir en libertad. Por “suerte”, Jeniffer atrapó la prenda antes de que volara por la borda. Finalmente consiguieron ponerle la parte superior del bañador… y una camiseta para evitar que ser repitiera el show.

Tras la larga hora de baches acuáticos llegamos a las tan esperadas islas Phi Phi. Visitamos varios lugares, entre ellos el impresionante plató natural de la película. Ni mucho menos tan paradisíaco como se muestra en ella, no porque el paisaje no lo fuera, sino porque la bahía estaba atestada de lanchas como la nuestra y de miles de turistas con sus miles de cámaras digitales.

A la vuelta, nos llevaron a una solitaria isla rodeada de arena blanca, donde durante un par de horas pudimos descansar tras la ajetreada jornada. Después de un rato tostándome al sol mientras disfrutaba de un refrescante coco natural, decidí dar un paseo por la playa. Algunos hacían snorkel, otros jugaban con las palas, otros se hacían fotos y allí, apenas separados del resto por unas pequeñas rocas, se encontraba la pareja de franceses. A ella la pude ver ya más relajada, tumbada en su toalla, luciendo sus gafas de sol de marca y tomando el sol en top-less.