sábado, 2 de marzo de 2013

Si bebes…

Me enfrentaba a mi primera cena de negocios en China y mi jefe, enigmático como son los orientales, justo antes de ésta, me dijo que teníamos que quedar bien y aguantar. No entendí a lo que se refería pero no me dio opción a réplica. Nos invitaba una compañía proveedora, representada por dos comerciales y el propietario. Por parte de mi empresa asistíamos mi jefe, el director de la fábrica y yo.

Nos llevaron a un restaurante especializado en Hotpot. Éste consiste en un surtido de verduras y diversos tipos de carnes “acarpacciadas” que uno mismo se las va cocinando en una cazuela con un caldo de sopa que se mantiene caliente con un quemador de alcohol, al estilo fondee. Antes de que nos instalaran nuestra respectivas ollas, cada uno de nosotros ya había dado buena cuenta de un par de Tsingtaos, la cerveza más popular del país. Nuestros anfitriones, autenticas chimeneas vivientes, las acompañaron de un cigarrillo tras otro… Sí, allí todavía se puede fumar en muchos lugares públicos.

             Hotpot  Tsingtao

Yo no soy amante de las comidas tipo picoteo, pero el hambre que tenía y lo entretenido de sumergir y pescar con los palillos cada bocado en el puchero, me hicieron disfrutar del curioso ágape. Cuando estaba a punto de llegar la tercera Tsingtao, el cabecilla de los proveedores nos sorprendió sacando otras dos botellas que, desafortunadamente, no contenían cerveza, sino vino chino. Esta denominación es ciertamente engañosa, ya que en realidad no se trata de vino sino de un aguardiente que se extrae de diferentes plantas o semillas, y que puede llegar hasta el 53% de volumen de alcohol. Tras despojar a una de ellas de su encarnado tapón, procedió a llenar nuestros vasos y esgrimiendo una desafiante sonrisa dirigió su mirada a mi jefe y le dijo: 干杯, que a mi me sonó como “Can-pei”, y que su traducción literal sería “secar el vaso”, vamos, bebérselo todo. Ambos se pimplaron el licor de un trago y ceremoniosamente se mostraron mutuamente sus respectivos vasos vacíos. A partir de ese momento los “Can-peis” se sucedieron, siempre entre dos comensales, que yo más que como compañeros de brindis, identifiqué como retador y retado.

Vino Chino
En mi primer duelo, fui incapaz de tomarme todo el contenido del ardoroso líquido. Como penitencia, tuve que soportar las carcajadas del resto de los presentes y al ocaso de éstas conseguí rematar el objetivo con un segundo trago. Evité las mofas en los siguientes “Can-peis”, pero tuve que aplacar con un sorbo de cerveza fresca la abrasión que esa lava transparente me producía cuando descendía por mi esófago. Con la sopa caliente y el licor, pronto llegaron los sudores… y los primeros síntomas de mareo. Decidí apearme del tren del vino chino y para evitar que continuaran atiborrándome con ese férvido veneno, mantuve mi vaso lleno de cerveza en todo momento. A pesar de las quejas iniciales de nuestros contrincantes, continué los brindis con Tsingtao. De todas maneras, el mal ya estaba hecho, y tuve confirmación de ello cuando absorto en una de las acaloradas conversaciones creí entender todo lo que decían, lo que era totalmente imposible, ya que nuestros compañeros de mesa no hablaban ni una sola palabra de inglés. Así que decidí ir inmediatamente al lavabo para refrescarme la cara con un poco de agua e intentar recuperar mi menguante lucidez.

A mi regreso continuaban bebiendo, fumando, comiendo y discutiendo en un tono cada vez más elevado, hasta tal punto que atraíamos las miradas del resto de la concurrencia del restaurante. Alrededor de nuestra mesa, el suelo se había convertido en una constelación de colillas, servilletas de papel y restos de comida, que mis acompañantes lanzaban sin remordimiento alguno. A aquellas alturas, al conversar con mi jefe y mi colega, pude constatar que la dislexia etílica de ambos era sustancialmente importante, resultándome tan difícil entender tanto a ellos como a los otros.

Súbitamente el dueño de la empresa proveedora se levantó y nos dirigió un pequeño discurso en chino. Mientras lo hacía, el resto asentía aparentando gran interés, y al terminar fue recompensado con aplausos y vítores. A continuación llenó nuestros vasos y nos invitó a brindar de nuevo todos juntos. Tras sorber hasta la última gota, el complacido orador procedió a encenderse un cigarrillo, sin embargo, el mechero se le resbaló entre los dedos y cayó directamente en su cacerola. Sus ya mermados reflejos le jugaron una mala pasada y, para recuperarlo, instintivamente metió la mano en la candente sopa… “¡Aaaaaaaah!”, su desgarrador grito lo acompaño con un brusco movimiento que desparramó el alcohol en llamas del quemador sobre la mesa. Se armó un gran revuelo y, por suerte, la rápida intervención de un camarero que lo sofocó inmediatamente con un mantel evitó que el desafortunado incidente provocara el pánico. Tras un par de “Can-peis” más, por fin dimos la velada por concluida y nos dirigimos de vuelta al hotel.

Con diferencia, mi jefe había sido el protagonista de la mayoría de los brindis y así lo evidenciaba su estado. Su cara resplandecía colorada como un farolillo chino y, ya en el ascensor del hotel, sus ojos se entornaban y abrían acompasadamente en su intento de resistencia ante el agotamiento producido por el exceso alcohólico. Una vez en el pasillo de nuestro piso, avanzamos balanceantes como si camináramos por la cubierta del Titanic momentos antes de su hundimiento. Al llegar a su habitación, me echó el brazo al hombro y me dijo balbuceando: “Ja ja ja, ¿Has vizto? Ezos capullos no zaben beber”. Le ayudé a abrir la puerta de su habitación y después me arrastré a la siguiente, que era la mía.

Cuando por fin me desplomé sobre la cama, escuché cómo al otro lado de la pared, mi jefe expulsaba a horcajadas el mejunje pre-digesto de verduras, carne, sopa, licor y cerveza. Y recordando el flamígero suceso del restaurante, pensé que las autoridades del país deberían contratar al correspondiente Stevie Wonder chino y lanzar la campaña: ¡Si bebes… no cenes Hotpot!