sábado, 1 de junio de 2013

Intimissimi

Llegamos al aeropuerto de Siem Reap dispuestos a pasar unas calurosas Navidades en Camboya. En la pequeña sala de recogida de equipajes, sabiéndose protagonistas, las maletas se contoneaban mientras hacían su habitual desfile de modelos. Los asistentes las recibían con gran expectación, algunos se abalanzaban sobre ellas con febril entusiasmo y otros las esperaban pacientemente a que coquetamente se les acercaran. De un modo u otro todas encontraban su pareja, con la que juntos partían con destino a la habitación de algún hotel. Todas menos una, la mía. En verdad fue ella la que me dio plantón, dejándome atormentado por la duda de si algún día volvería a verla.

Nos dieron las nueve de la noche formalizando la debida reclamación, que el operario tecleó en su voluminosa máquina de escribir con gran parquedad y al puro estilo mantis religiosa, fijando su vista en la figurada víctima y lanzando sus índices alternativamente sobre ella. Cuando finalmente llegamos a la habitación de nuestro hotel, sin mi maleta y sin su indispensable contenido, caímos agotados en la cama.

A las siete de la mañana ya estábamos a las puertas de la agencia donde íbamos a iniciar nuestra primera aventura camboyana, una ruta en bicicleta por la selva para visitar varios de los templos de Angkor. Salvé la falta de ropa con un pantalón corto que me prestó mi mujer y con las zapatillas y el polo con los que viajé el día anterior. El recorrido fue espectacular. La especial comunión de la vegetación con las piedras de los templos semi-derruidos impregnaba el tórrido ambiente con un inquietante halo mágico. Uno de mis favoritos fue el templo Ta Prohn, donde se rodaron varias escenas de una de las películas inspiradas en el video juego “Tomb Raider”. Este juego se hizo famoso no sólo por sus aventuras laberínticas sino también por su despampanante protagonista Lara Croft, papel interpretado en el film por la no menos virtual Angelina Jolie. En el templo Ta Prohn se atestigua cómo la naturaleza reclama su derecho a recuperar un espacio que le fue arrebatado y cómo parsimoniosamente utiliza vegetación y árboles para engullir e intentar digerir la dura roca invasora.

Ta Prohm 1  Ta Prohm Temple, Angkor, Cambodia

Después de la templaria y fatigosa jornada, nada más llegar a la recepción, reservamos sendas sesiones de masaje en el spa del hotel. Había olvidado el disgusto de la maleta, pero tras la ducha me encontré sin ropa interior que ponerme ¡Qué le vamos a hacer! Después del masaje ya tendríamos tiempo de ir a comprar algo de vestimenta. Así que como solución de emergencia me enfundé unas monas braguitas de mi mujer, me envolví con el albornoz y ¡listo!

La masajista, aun siendo menuda, era algo más alta que el resto de sus compañeras y llamaba un poco la atención porque su uniforme había sido deliberadamente entallado para dar protagonismo a sus senos, que tenían toda la pinta de haber sido tuneados tanto en forma como en tamaño. Tras acomodarme en la camilla comenzó a hacerme preguntas y antes de darme tiempo a responderle me contó que era tailandesa y que llevaba más de dos años en Camboya. Mis réplicas fueron monosilábicas para hacerle entender que prefería disfrutar del masaje en silencio, lo captó enseguida y mentalmente agradecí que no hubiera llegado a hacer mención alguna a mi nariz.

Spa

El masaje fue realmente excepcional, diría que el mejor que me han hecho nunca. Sus manos presionaban con la fuerza justa usando la cantidad idónea de un aceite aromático, que junto con la suave música me trasladaron a un estado de profunda relajación. Hacia la mitad de la sesión me indicó que me girara y me colocara boca arriba. Durante dicho movimiento ella pudo atisbar mi inusual ropa interior y, lejos de parecer sorprendida, me miró y me lanzó una suave sonrisa. Continuó sus friegas por los pies, siguiendo por piernas y brazos. Su destreza y delicadeza eran tales que en determinados momentos llegó a rozar lo sensual. La terapia concluyó con un embriagador masaje capilar que casi me deja en trance. Convencida de haber cumplido con las expectativas, buscó mi aprobación preguntándome si su trabajo había sido de mi agrado. Somnoliento aún, le respondí que había sido excelente y elogié su gran habilidad como terapeuta. Ante mis positivas palabras ella se animó y continuó dándome conversación. Una vez averiguó mi procedencia, me confesó que tuvo un novio español muy atractivo, del que estuvo profundamente enamorada y al que, según ella, yo me asemejaba. Sin darme tiempo para reaccionar ante el sutil piropo y adoptando un tono seductor en su voz, me susurró que le encantaba mi ropa interior ¡Ups! Cuando medio tartamudeando intenté explicarle por qué llevaba unas braguitas de mi mujer, me interrumpió y me dijo:

―No te preocupes no tienes que avergonzarte, a mi también me gustaba llevar lencería femenina.
―Qué quieres decir con que te gustaba, ¿ya no te gusta? ―Le pregunté.
―Claro que sí, y ahora mucho más. Lo que quiero decir es que yo también me la ponía cuando era un chico, antes de operarme los pechos y convertirme en ladyboy ―Me contestó ella… o él, según se mire…