miércoles, 1 de junio de 2011

Qué tiene esta bola…

Dos chinos, cuatro indios, un austriaco y dos españoles… No, no es el principio de un chiste. Hace unas semanas hicimos nuestra primera salida con un club excursionista, y aquel día ésos éramos los componentes del multirracial grupo.

Después de algo más de una hora de viaje en una cochambrosa furgoneta, llegamos al punto de partida de nuestro aventurero fin de semana en la selva malaya. Allí tuvimos que esperar a otros compañeros que debían unirse a nosotros. Mientras charlábamos, una chica china, Nong Shing Mu (Shing para los amigos), sacó de su mochila algo que a primera vista hubiera jurado que era una bola de árbol de Navidad, ya que tenía el mismo tamaño, era brillante y de color rojo. Resultó ser un mini altavoz de una sorprendente potencia, que inmediatamente ella conectó a su iPhone y comenzó a amenizarnos la que terminó siendo una larga espera.

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El sábado el agua fue la protagonista. Obligados a mojarnos hasta las rodillas, comenzamos vadeando un río y continuamos el resto de la jornada acompañados de una intensa tormenta que dificultó nuestro avance y facilitó el de las sanguijuelas, a las que varios de nosotros involuntariamente alimentamos. Tras una larga y dura travesía por senderos imposibles llegamos a nuestro destino en el centro de la espesa selva. Montamos las tiendas acompañados de las melodías con las que Shing nos obsequiaba y seguidamente tuvimos tiempo de visitar unas espectaculares cataratas.

A la vuelta, comenzamos a preparar la cena. Mientras la bola daba a conocer el martilleante ritmo del reguetón a todos los habitantes de la selva, como antaño lo hizo el propio Tarzán con sus saetas salvajes, uno de los chicos indios cometió la imprudencia de elogiar a Shing en su papel de discjockey. Aquello tuvo el mismo efecto que reírle la gracia a un niño cuando dice su primera palabrota. No hubo quien la detuviera, y tuvimos banda sonora constante durante el resto del fin de semana. Lo que en un principio a todos nos pareció agradable, se convirtió en una insistente tortura. En un entorno tan natural, esa continua contaminación musical en el ambiente quedaba tan fuera de lugar como Bob Esponja en al Sahara. Desafortunadamente, las circunstancias hicieron que excepto ella y su amigo chino –que era el organizador– todos fuéramos nuevos en el grupo, y ninguno nos atrevimos a decirle o insinuarle que hubiera sido más adecuado haberse traído unos auriculares.

Durante la noche nos dio un respiro, y pudimos disfrutar del silencio únicamente roto por los inquietantes sonidos nocturnos de la selva y sus misteriosos habitantes. Al llegar la mañana, Lady Gaga nos despertó como corneta de legionario en Chafarinas. Mientras desayunábamos, Shing nos explicó que si tenías varias de esas bolas se podían interconectar unas con otras, y que cuando se reunía con sus amigos las enlazaban formando una especie de ristra de ajos acústica. El rubio austriaco comentó que una única bola ya sonaba suficientemente alto, a lo que Shing le replicó que le hubiera gustado haber traído varias para poder disfrutar de un sonido más potente. La cara de incredulidad del pálido europeo fue mayúscula, y claramente pude leer en su mirada por donde le hubiera metido aquel rosario de sonoras bolas chinas.

Shing estaba en forma y era espacialmente competitiva. El domingo durante la caminata de vuelta salió la primera y afortunadamente la perdimos de vista durante todo el trayecto. Las únicas noticias que nos llegaban de ella eran los gritos de los monos que huían despavoridos por las ramas de los árboles al escuchar los desconocidos aullidos que la pequeña esfera les enviaba desde el fondo de sus dominios.

Ya cercanos al final del recorrido, pude divisar a Shing esperándonos sentada en un tronco. Fue como cuando ves a lo lejos aproximarse un coche tuneado, inmediatamente sabes que conforme la distancia se vaya reduciendo el pum pum del subwoofer se hará cada vez más insoportable. Todo el grupo se unió para afrontar el tramo final y salvar el río por el que iniciamos nuestra aventura. Debido a las fuertes lluvias, el cauce había crecido y era imposible vadearlo, por lo que tuvimos que esquivarlo por una estrechísima senda situada entre una valla de alambrada y una de las orillas. Con mucho cuidado fuimos pasando de uno en uno. Cuando le llegó el turno a Shing escuchábamos el “I want to break free” de Queen. Después de los primeros pasos, que acometió con seguridad, inesperadamente Shing resbaló, y rápida en reflejos se agarró fuertemente a la valla. Cuando de nuevo se incorporó, al separar su cuerpo de la alambrada Fredy Mercury enmudeció y la bola escarlata se precipitó hacia el río. La corriente la atrapó en un fuerte abrazo vengativo y se la llevó consigo río abajo. Juraría haber escuchado algún “Yes!” de alegría por parte de alguno de mis compañeros, pero reconozco que mi propia emoción pudo haberme engañado. Estoy seguro de que no fui el único en sentirse como uno de los hermanos Dalton al ser liberado de su pesada bola de presidiario.

El conductor y su maltrecha tartana nos esperaban en el mismo lugar que el día anterior había sido el punto de salida. Justo antes de partir, Shing le preguntó a éste si el equipo de música del vehículo disponía de entrada auxiliar para poder conectar su iPhone. El señor dirigió su mirada a su antiguo radio-cassette Sanyo y después de limpiar con su dedo índice el incrustado polvo de varios botones, se giró hacia ella y le dijo que no creía que ese aparato tuviera “de eso”, pero que no se preocupara porque él tenía música. Abrió la guantera, removió su contenido como si fuera a sacar de ella la carta del ganador de un antiguo concurso de televisión, y en su mano apareció una amarillenta cinta. Después de darle un par de golpes contra el volante, la introdujo en la ranura del destartalado Sanyo. Tras unos segundos de emocionante espera, una tintineante melodía de música tradicional china comenzó a sonar. Shing no puso ningún empeño en disimular su cara de descontento, se cruzo de brazos y dijo: ¿Y esto tenemos que escuchar durante todo el camino? Seguidamente rebuscó en su mochila, sacó unos auriculares, se los puso y los conectó a su querido iphone.